Para poner de manifiesto la extraordinaria fuerza que pueden desarrollar los fenómenos volcánicos, daré algunos datos sobre la erupción del Krakatoa en 1883, frente a la cual la más potente bomba de hidrógeno resulta un insignificante fuego de artificio.
En la isla Krakatoa, situada entre las islas Sumatra y Java, se elevaban 3 cráteres, el mayor de 832 metros de altura. El día 20 de mayo de aquel año, entró en erupción abriendo 11 nuevos
cráteres y cubrió el mar en 30 kilómetros cuadrados con los materiales arrojados. El 26 de agosto una explosión de violencia indescriptible hizo volar el volcán en pedazos: de los 33 kilómetros cuadrados que tenía la isla, 20 desaparecieron bajo las aguas.
La explosión provocó una formidable ola de 70 metros de desnivel, que penetró 4 kilómetros tierra adentro en las islas de Sumatra y Java, borró del mapa 132 aldeas y causó 36.380 víctimas. La ola solo llegó a América cruzando el Pacífico, sino que, tras atravesar el Índico, el Atlántico y el Caribe, fue registrada en Panamá.
La onda explosiva fue de tal magnitud que dio 7 vueltas al globo terráqueo; su paso quedó perfectamente registrado en el observatorio de París. El ruido alcanzó tal intensidad que se oyó claramente a 3.630 kilómetros del volcán. Esto significa que, de haber ocurrido en Guinea, hubiera resultado audible en Madrid o Barcelona.
J. Montoriol-Pous